Desde hace más de un año y medio, la humanidad enfrenta un nuevo escenario. El Covid 19 trajo aparejados nuevos hábitos sanitarios, sociales y, por supuesto, también nuevas formas de movilidad.
En este último sentido, el temor al contagio ha llevado a que las personas eviten en lo posible el uso de transportes públicos; por tal motivo, se ha intensificado la movilidad individual, ya sea en automóvil, motocicleta, bicicleta o a pie. Por otra parte, la movilidad en general también ha disminuido como producto del trabajo realizado desde los hogares, en aquellos casos en que resulta posible.
Las estadísticas oficiales demuestran la disminución de la siniestralidad durante 2020 con respecto al año anterior, especialmente durante el primer semestre, que coincidió con una movilidad más restringida. Esto nos lleva a la conclusión de que la siniestralidad disminuyó por la simple razón de que se circuló menos.
Desde hace ya varios años organizaciones internacionales relacionadas con la seguridad vial propician la responsabilidad de las autoridades para que las vías de circulación sean más seguras, es decir que se planifiquen, ejecuten y auditen de manera tal que “perdonen” los errores de los usuarios derivados de las distracciones, las dificultades de interpretación del entorno o bien de la falta de respeto a las normas. Esta responsabilidad toma hoy en día mayor relevancia dado el aumento de usuarios vulnerables en la vía pública.
Los nuevos hábitos adquiridos, producto de la aparición del Covid 19, obligaron a las autoridades de todo el mundo a ver con otros ojos el uso del espacio en las ciudades. Más peatones en las aceras y mayor uso de la moto y la bicicleta representan una mayor movilidad de usuarios vulnerables. En ese sentido, los gobiernos de ciudades de todo el mundo tomaron medidas, algunas de las cuales ya habían comenzado a adoptar en pos de una movilidad más sustentable. Se incrementaron las áreas peatonales, se segregó la circulación de vehículos vulnerables mediante la demarcación de ciclovías y bicisendas, así como carriles exclusivos para motocicletas. En algunos lugares, tanto en Europa como en América se comenzaron a tomar medidas en pos de la pacificación del tránsito, a través de la disminución de la velocidad máxima de circulación en las calles.
En cuando al transporte público, las autoridades debieron prever la implantación y el cumplimiento de normas de higiene y de distanciamiento social de los pasajeros.
Pero hay otras responsabilidades que tampoco se pueden omitir, las que deben provenir de todos los usuarios, es decir peatones, conductores de vehículos automotores, ciclistas e inclusive de aquellos que utilizan nuevas formas de movilidad individual como monopatines y bicicletas eléctricas.
Recorriendo las calles ya no resulta extraño, como parecía en los primeros días, ver prácticamente el cien por ciento de las personas circular con sus rostros ocultos por un barbijo y hasta los niños pequeños y bebés se han acostumbrado a ver rostros semiocultos detrás de la protección. Se adoptaron nuevos hábitos porque, en una palabra, nos hemos concientizado del riesgo a la enfermedad.
Luego de varias décadas, y siempre salvando las distancias, nos preguntamos si se ha podido lograr una toma de conciencia similar sobre el riesgo que representan ciertas conductas en la vía pública. Parecería que la respuesta es no.
Tememos a un contagio y por eso usamos barbijo, cuidamos el distanciamiento social y nos lavamos frecuentemente las manos. Sin embargo, no es difícil ver motociclistas, ciclistas y peatones que, mientras pedalean, circulan en sus motos o cruzan una calle a pie, están mirando el celular o enviando un mensaje. Tampoco es extraño ver a todo tipo de vehículos en los que los conductores hacen caso omiso a los límites de velocidad en calles, avenidas y rutas; a ciclistas que no respetan las luces del semáforo; a motociclistas que circulan sin casco y siempre hay casos de alcoholemia detectados en los controles que se efectúan en la vía pública.
Hoy en día estamos ante un nuevo tipo de movilidad, pero para que esta sea segura se debe apelar a responsabilidades que no son nuevas; por el contrario, son conocidas y están compartidas. Por un lado, el Estado debe ser responsable de la implementación de una infraestructura adecuada, de controles continuos llevados a cabo mediante una autoridad que inspire legitimidad y respeto, sin olvidar el tema de la educación vial a todo nivel.
Pero, por otro lado, está la responsabilidad de cada uno de los usuarios, la que debe corresponderse con una conducta correcta en la vía pública, que tiene que ver, ni más ni menos, con el cumplimiento de las normas y el respeto a los demás usuarios.
La movilidad tiene una nueva forma, pero las responsabilidades no han cambiado.