Mientras asomaban las ideas de independencia del reino español, la vida de los habitantes de aquella época seguía su curso en un ámbito marcado por las diferencias sociales.
Las calles eran de tierra, polvorientas con tiempo seco y en un lodazal con lluvia, aunque parezca una obviedad manifestarlo, no había redes cloacales ni agua corriente. La vida de las personas estaba acostumbrada a esas carencias, si observamos con la perspectiva del presente las circunstancias del pasado.
Plano de Buenos Aires a principios del siglo XIX
En las familias existía una marcada diferencia entre las pudientes y las carentes, las mujeres de las primeras vestían vestidos de finas telas y zapatos vistosos, con detalles de oro y plata que solían exhibirse en la iglesia, uno de los pocos puntos de reunión de la ciudad colonial. La gente pobre en cambio, andaba descalza o con calzado usado, que desechaban los sectores acomodados. Cuenta Mariquita Sánchez de Thompson, una mujer de la época, que la palabra “chancleta” viene de “los ricos que daban los zapatos usados a los pobres y si éstos no se los podían calzar, entraban lo que podían del pie y arrastraban lo demás”.
El Bajo (c.1847) En la pintura de Rudolf Carlsen, el Paseo de la Alameda en la esquina con la calle Corrientes.
Se estima que Buenos Aires tenía en aquellos años, algo más de 40.000 habitantes, los privilegios estaban reservados a los españoles, quienes se dedicaban a la política o al comercio. Aproximadamente unos quinientos accedían a los mejores puestos y poseían las mejores viviendas. La falta de higiene de la ciudad y la consecuente inexistencia de recolección de basura, exponía a la población a diferentes enfermedades, entre las que se contaban el tétano, la tuberculosis, la rabia y la sífilis. Solamente había ocho médicos distribuidos en dos hospitales.
La alimentación
La vajilla era un privilegio para los sectores acomodados, el resto se arreglaba con muy poco o casi nada ya que eran escasos los platos o recipientes, en las casas más pobres había un solo vaso para todos. El desayuno estaba compuesto de chocolate o café con leche, pan, tostadas o bizcochos. El resto de la dieta alimenticia colonial estaba formada por pescado, particularmente por sábalos del río cercano y mucha carne que era salvaje y barata, se completaba con sopa de arroz, zapallitos rellenos, tortillas y locro. Lo que podríamos llamar clase media incorporaba perdices, gallinas, pavos, pájaros y palomas y por supuesto existía el popular puchero, donde se cocinaba toda la carne que había sobrado mezclado con legumbres y el vino que llegaba de Mendoza y San Juan.
Para la llamada clase alta los platos sofisticados eran la mulita, el vino francés, la ginebra holandesa y la cerveza británica.
El esparcimiento
Las familias destacadas solían hacer tertulias que incluían baile, el teatro Coliseo era el centro cultural de la época, además existía la plaza de toros del Retiro que funcionó hasta 1919, las pulperías era un punto de reunión más popular.
En el centro, la calle Defensa, hacia el sur de la Plaza de Mayo, era la más importante y donde habitaba el vecindario rico, los barrios pobres eran San Telmo, Barracas, Monserrat, Congreso y Tribunales, según describió el arquitecto y arqueólogo urbano Daniel Schávelzon, quien más investigó a la sociedad porteña antigua y virreinal a través de los objetos y elementos de la época.
Fuentes: Mónica Martin y Luciana Sabina