Por Diego Geddes
La increíble historia del mayor robo de obras de arte de la historia argentina, la valiosísima colección Mecedes Santamarina, donación de su familia, fue la víctima principal de este saqueo de tinte cinematográfico
Una historia que comienza así: una escena sencilla, casi intrascendente que sin embargo abre el horizonte para la aparición de personajes tan disímiles como fascinantes, que son protagonistas de este hecho policial pero también sirven para contar la historia argentina y mundial de los últimos 40 años.
La escena es la siguiente:
El 25 de diciembre de 1980, Eusebio Eguía, el sereno, y Anselmo Ceballos, bombero de la Policía Federal, iniciaron su jornada laboral como de costumbre en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Avenida del Libertador 1473, Recoleta. Encargados de la custodia nocturna, ambos cumplían un turno de 12 horas, desde las 18:00 hasta las 06:00 del día siguiente.
En honor a la Navidad, compartieron una cena sencilla: pollo asado con ensalada, acompañada de una botella de vino y un simbólico brindis con sidra. Jugaron a las cartas y se fueron a dormir. Eguía se acomodó en una silla en el cuarto de mayordomía cerca de las puertas principales del Museo, mientras que Ceballos ocupó un catre en el primer subsuelo.
Las pinturas recuperadas
El llamado, de Paul Gauguin
Antes de irse descansar, realizaron una última ronda de inspección. Recorrieron las salas de la planta baja, que exhibían obras clasificadas en categorías com
o “Arte Argentino del Siglo XIX”, “Arte Francés e Italiano”, “Colección de Guerrico”, “Arte Sacro” y “Arte Europeo del Siglo XV”. Luego, visitaron el primer piso, aunque algunas salas estaban cerradas al público debido a trabajos de remodelación. Todo parecía estar en orden, sin indicios de lo que estaba por suceder en las próximas horas.
Aquí comienza el cuento:
El mayor robo de obras de arte en la historia argentina. Y comienza también un desfile de personajes increíble, un empresario taiwanés dedicado al tráfico de armas, el periodista y militante peronista Guillermo Patricio Kelly, un agente de los servicios secretos británicos, el controvertido juez federal Norberto Oyarbide, el ex director del Museo Jorge Glusberg, y un clima de época signado por la violencia.
Esta historia está reconstruida en un libro de reciente aparición: “Golpe en el Museo”, firmado por el periodista y crítico de arte Imanol Subiela Salvo. “La historia del robo de obras de arte más grande de la Argentina durante la última dictadura militar”.
Los ladrones se hicieron con 16 obras impresionistas de destacados artistas franceses, en su mayoría del siglo XIX, junto con varias piezas de arte decorativo.
Ninguno de los accesos al museo fue violentado; fuentes del caso y medios de la época indicaron que el grupo de ladrones operaba internacionalmente y que se trataba de “auténticos profesionales en ese tipo de delitos”, que enfrentaron medidas de seguridad “sumamente precarias” dispuestas en torno de las obras.
Las pinturas sustraídas no eran de gran tamaño y se identificaron como faltantes: Retrato de mujer, Gabrielle et Coco y Coco dibujando, de Auguste Renoir; El abanico, un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Recodo de un camino y Cinco duraznos sobre un plato, de Paul Cézanne; El llamado, grafito sobre papel de Paul Gauguin; Ruta por la nieve al puerto de Chateau, de Charles Lebourg; Feydeau y su hijo Jorge, de Honoré Daumier; dos dibujos de Edouard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin, y un óleo de Eugene Boudin. Además, se sustrajeron dos obras que no pertenecían originalmente a la colección Mercedes Santamarina: Fiebre amarilla, de Juan Manuel Blanes, y El vendedor de diarios, de Valentín Thibon de Libian.
Todas obras de cuantioso valor, que formaban parte de la colección Mercedes Santamarina, una figura prominente en la aristocracia porteña durante la primera mitad del siglo XX. Santamarina se destacó como una apasionada coleccionista de arte. Su colección incluía obras de renombrados artistas como Van Gogh, Degas, Matisse, Rodin, Cézanne y Renoir, entre otros. A lo largo de su vida, también adquirió numerosos objetos de gran valor, tales como porcelanas chinas, arte egipcio antiguo, así como piezas de oro, plata y bronce. En 1970, dos años antes de su fallecimiento, Mercedes tomó la decisión de legar su colección al Museo Nacional de Bellas Artes, estableciendo ciertas condiciones: sus obras debían permanecer juntas, exhibidas en una sala designada como “Colección Mercedes Santamarina”, que sería parte de una exhibición permanente en el museo.
Recodo del camino, de Paul Cezzane
¿Qué pasó entonces?
Los primeros días fueron de desconcierto absoluto, y las miradas de los investigadores se dirigieron a las dos personas que estaban en el museo, y al resto de los empleados. La investigación incluyó torturas y persecución para Eguía y Ceballos, a quienes apenas se les podía achacar una negligencia menor, pero nunca el robo.
Toda la evidencia apuntaba a que el botín había salido del país poco después del hecho. En aquel entonces, los destinos más comunes para las obras de arte robadas incluían Suiza, Austria, Alemania, Gran Bretaña y Japón.
Pero las sospechas de una banda parapolicial, ligada a la Triple A, siempre estuvieron presentes. En especial a partir del testimonio del polémico Guillermo Patricio Kelly, que apuntó a la banda que lideraba Aníbal Gordon, un oscuro personaje de los años setenta y ochenta.
La investigación naufragó por los Tribunales argentinos, sin demasiados avances. Entre la negligencia y la burocracia, las pinturas parecían cada vez más lejos de ser recuperadas.
La primera señal de alerta la tuvo un personaje singular, llamado Julian Radcliffe. Era el dueño de una agencia llamada Lost Register, que dijo que había encontrado tres de las obras.
Radcliffe estuvo en Argentina en diciembre de 2001 y ofreció las obras, a cambio de una recompensa menor: apenas 90 mil dólares. Pero por entonces el país enfrentaba una crisis política y económica absoluta. “Yo presenté la cuestión ante la Cancillería argentina y se decidió no pagar”, reconoció Jorge Glusberg.
Pero el caso seguiría en el aire y habría novedades, también de
Fue el 23 de noviembre de 2005, unos 25 años después del robo: tres de las obras (“Retrato de mujer” de Renoir, “El llamado” de Gauguin y “Recodo del camino” de Cézanne), fueron encontradas en París y repatriadas por Interpol
Retrato de mujer, de Pierre Auguste Renoir
Julian Radcliffe fue quien proporcionó información crucial para recuperar estas tres obras: entregó a la Justicia argentina nueve carpetas llenas de datos y fue sometido a extensos interrogatorios.
En el camino, las obras habían pasado por traficantes de armas taiwaneses, que las habrían recibido como parte de pago por un cargamento de armas.
En Argentina, la causa quedó a cargo del juez federal Norberto Oyarbide. Siempre atento a los grandes casos, en especial si podían tener una repercusión mediática, Oyarbide decidió acelerar la investigación y estuvo presente en el vuelo que trasladó las obras de regreso a Argentina. Las custodió personalmente durante todo el vuelo.
Aun hoy, a 40 años del robo, hay 13 obras de la Colección Mercedes Santamarina escondidas en algún lugar del mundo. Y otras 3 obras, las recuperadas, se lucen en el Museo de Bellas Artes. No hay referencia alguna a esta historia. La belleza sigue intacta pese a todo.